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Javier Daulte, el amor al teatro y llevar a escena Secreto en la montaña

Es difícil presentar a Javier Daulte sin caer en excesos. Dramaturgo, director de teatro y guionista de televisión, recibió más de cien premios en la Argentina y el mundo: por ejemplo, el Royal Shakespeare Festival of New York Award, el ACE de Oro 2012, el Martín Fierro, el Konex de Platino como Mejor Director de la década (2001/2011) y el Premio Ciudad de Barcelona, solo por nombrar algunos.

¿Espectáculos? Criminal (1996), Martha Stutz (1997), Casino (1998) fueron los primeros; Las irresponsables (2022), Me gusta (2023), El sonido (2023) y Callejón espacial (2023), los más recientes. Por estos días presenta la adaptación al teatro de Druk, de la película ganadora de un Oscar sobre un grupo de profesores que experimentan con pequeñas dosis de alcohol para alcanzar la felicidad. También tiene en cartel El jefe del jefe, del cineasta Lars von Trier. Ganador del Martín Fierro de Oro 2010 con Para vestir santos, desde 2015 es director y programador del Espacio Callejón de Buenos Aires, donde además fundó una compañía teatral que se prepara para el nuevo proyecto: El movimiento, que se podrá ver a partir de octubre del año próximo en el Teatro Nacional Cervantes.

Antes de eso, en mayo, estrenará una versión teatral de Secreto en la montaña, el filme que narra la historia de amor entre dos hombres y que interpretarán Esteban Lamothe y Benjamín Vicuña. También escribió una novela. Y, como si tanto fuera poco, es Personalidad destacada de la Cultura de la ciudad de Buenos Aires.

A pesar de todo el trabajo y de los reconocimientos, Daulte siempre parece dispuesto a abrir un paréntesis para la conversación. En su casa en San Isidro, opina, recuerda y reflexiona. A sus 62 años, recorrió lo suficiente como para tener algunas ideas claras. Otras las irá explorando como mejor sabe: a través de las palabras y los cuerpos sobre el escenario.

Daulte y su relación con las películas: dirige obras conocidas por los espectadores de cine.Daulte y su relación con las películas: dirige obras conocidas por los espectadores de cine.

Una compañía teatral propia

-¿Por qué fundar una compañía teatral en estos tiempos?

-Una compañía es un entendimiento artístico que genera cosas que no se pueden generar tan fácilmente en otros proyectos. Permite que uno pueda arriesgar como dramaturgo y director, en apuestas quizá más jugadas, porque hay una confianza consolidada. Apenas terminó la pandemia, hice un espectáculo en el Espacio Callejón que se llamó Luz testigo. Fue el primer estreno después del COVID, ni bien se abrieron los teatros, y tuvo mucho valor emocional. Con ese mismo grupo luego hicimos El sonido, una obra que lleva tres años en cartel. Entonces me di cuenta de que había que ponerle nombre a este grupo talentoso de gente que ya trabajaba junta. Así nació La compañía Callejón.

-Retomaste una vieja tradición teatral.

-Antes, en el teatro, o pertenecías a una compañía o no actuabas. No existía otra cosa. Eso se fue perdiendo. Hay muchas compañías, pero no tantas que tengan su propio teatro. Una compañía le da a una sala independiente una vitalidad y una fuerza que también le da el espacio a la compañía. Por otro lado, en esta dinámica los intérpretes tienen habilitación para meterse en mi trabajo. La creación de un espectáculo es un entretejido en donde, si bien cada uno conserva su rol, hay un intercambio abonado por muchos años de conocernos. Ahora estamos preparando un espectáculo que se llama El movimiento y se va a hacer en el Teatro Cervantes. Curiosamente, una vez que fundamos la compañía vamos a hacer una obra fuera de nuestro teatro.

Javier Daulte recibió a Clarín en su casa en San Isidro.Javier Daulte recibió a Clarín en su casa en San Isidro.

-Una compañía también reivindica el trabajo colectivo en tiempos de individualismo. ¿Lo considerás un gesto político?

-Uno hace cosas y esas cosas se traducen en signos que siempre van a tener una lectura política. Al haber tantas instituciones en crisis, creo que es hora de crear nuevas instituciones. Es un gesto, una excusa para hablar sobre qué es una institución de esta naturaleza. Seguramente implicará un montón de cuestiones invisibles para nosotros o para quienes están fuera de la compañía, pero que no son menores. Esa identidad que tiene el Espacio Callejón se refuerza con la compañía. Una identidad que se crea haciendo y de la cual no puedo hablar, porque son los otros los que tienen que decir qué es esa identidad. El teatro es de la gente. Como espectadores, nos apropiamos de ciertos espacios.

-¿Cómo salimos de la pandemia?

-Las consecuencias de la pandemia todavía no las estamos viendo con claridad. Están las consecuencias directas de la gente que murió, que enfermó, que vio deteriorada su salud. Luego, las que sufrimos quienes no enfermamos, que fueron las del encierro. Se nos puso a prueba nuestra paciencia, nuestra capacidad de ver qué hacemos con nuestro tiempo ocioso, de estirar la plata, de inventarnos cosas para subsistir económicamente, pero también psicológicamente. No salimos mejores de la pandemia.

Cuando nadie crea una compañía teatral, Daulte lo hace. Cuando nadie crea una compañía teatral, Daulte lo hace.

-Y el teatro tuvo que rebuscárselas.

Lo mejor fue comprobar esto: toda la gente del mundo que pertenece al ámbito del teatro estuvo pensando cómo hacerlo en pandemia, y no se pudo. Todo lo demás se logró reemplazar. Se podía filmar, pintar, hacer esculturas, incluso se podía tocar música entre distintos músicos a la distancia… Pero el teatro no tuvo reemplazo. Esa idea de compartir presencialmente, con otros seres que uno no conoce, un hecho artístico que me permite sentir que estoy unido con esos desconocidos, es un fenómeno que solo brinda el arte. El arte nos une con quienes no conocemos.

La pandemia y después

Daulte parece estar siempre activo y atento a lo que pasa a su alrededor. En esa mirada se mueve hacia atrás, hacia delante, pero también en un presente profundo. Por eso puede fundar una compañía teatral, adaptar al teatro películas emblemáticas o adoptar las innovaciones más esperanzadoras y, al mismo tiempo, amenazantes. Por ejemplo, la Inteligencia Artificial (IA). “Estamos viviendo el futuro -dice con la mirada encendida-. Suceden las cosas que de chicos veíamos en las series de televisión”.

Todo lo que nos cambió luego del COVID, también en el teatro.Todo lo que nos cambió luego del COVID, también en el teatro.

-¿Cómo te llevás con la irrupción de esta tecnología?

-Uso la IA de manera puntual. Por un lado, como dice Byung-Chul Han, no hay que preocuparse por la Inteligencia Artificial, porque lo mejor que produce el ser humano pasa por la estupidez, eso es lo que nos hace creativos. Creo que si lo puede hacer una máquina, es porque no lo tiene que hacer un ser humano. Nuestro trabajo es estar por encima de eso, que es una invención nuestra. Hay que saber usarla. Si la usás estúpidamente, de inteligencia no va a tener nada.

También es clave cómo preguntarle. Es como usar un diccionario, si no sabés buscar, no vas a encontrar nada. O como buscar algo en Google. Hace poco la usé para un borrador de una obra, para pedirle algunas frases célebres que necesitaba. Le pedí una de Napoleón, una de Borges y una de Churchill. Me ahorró mucho tiempo de búsqueda, pero la pregunta por esas citas fue mía. El problema de la IA es que cinco empresas son las que la llevan en el mundo. Son grandes empresas que quieren ganar muchísima plata y que de algún modo están dictando el sentido común de esta era, y nos van a contagiar, van a terminar imponiéndolo. Cinco empresas están creando un nuevo paradigma que va a llevar el pensamiento contemporáneo para donde ellos quieren. Eso está muy en las antípodas de lo que se supone que es la libertad de pensamiento, porque va a generar una esclavitud de pensamiento.

Daulte cuenta cómo se lleva con la Inteligencia Artificial, y para qué la utiliza.Daulte cuenta cómo se lleva con la Inteligencia Artificial, y para qué la utiliza.

-Hablaste de “libertad”, un concepto muy manoseado en la actualidad.

-La palabra “libertad” fue poco cuidada, es una palabra muy fuerte, que tenemos tan incorporada a nuestro imaginario. Libertad, fraternidad e igualdad son los pilares de la revolución francesa. Son la condición mínima del ser humano para conformarse como tal. Y son tres conceptos que podemos discutir un rato largo: ¿qué tan libres somos? ¿qué tan fraternales somos? Y la más difícil: ¿qué tan iguales somos?

-En los años ochenta se escuchaba mucho la frase: “no hay que confundir libertad con libertinaje”.

-Tal cual, se hablaba de la libertad para hablar de la moral. También estaba la otra: “Tu libertad termina donde empieza la del otro”.

-El teatro demuestra que no hace falta demasiado para crear y generar experiencias. Un escenario y un actor bastan.

-El artista tiene una función en la sociedad: la función de imaginar. Cuando dicen cómo hacemos teatro en medio de la crisis, o en casos de censura explícita, se olvidan de que el artista no puede esperar a que las cosas estén bien para crear, porque nunca van a estar bien. Nuestra función es plantear alternativas a través de la imaginación, que es una herramienta fundamental. Cuando cayeron las Torres gemelas en los Estados Unidos, el servicio de inteligencia yanqui llamó a los mejores guionistas y directores de Hollywood, los sentó y les dijo: “imaginen un nuevo ataque”. Para prevenirlo.

La imaginación es una herramienta que se subestima, se cree que solo está al servicio del entretenimiento y no se entiende que los artistas tienen la posibilidad de imaginar alternativas. En Dublín, Irlanda, hay un puente donde mucha gente se suicidaba. Entonces el ministro de cultura llamó a artistas plásticos para que intervinieran el espacio con dibujos y pinturas. Eso bajó el índice de suicidios en ese lugar. Hay que acercar al Estado a la imaginación de los artistas.

Argentina, bastión del teatro mundial

-¿Por qué crees que la Argentina se destaca tanto en el teatro?

-Buenos Aires es la meca del teatro mundial. Creo que hay varios factores. Primero, la tradición; acá tenemos una fuerte tradición y sin eso es difícil de inventar. Segundo, hay una alta concentración de teatros, por ejemplo en la avenida Corrientes o en la zona del Abasto, donde en un radio de diez manzanas tenés más de cuarenta centros culturales. El tercer factor es nuestra capacidad para crear a pesar de las dificultades. Los argentinos no entendemos muy bien el significado de la palabra “no”, el empecinamiento, la vocación o el impulso generan una gran fuerza. Tenemos mucha capacidad de crear instituciones.

Daulte también habló del amor.Daulte también habló del amor.

Lo institucional siempre tiene una contrafuerza que es lo instituido, que es lo que hace que la institución se burocratice o se estanque. Creamos muchas instituciones, pero nos cuesta mantener las instituciones que ya tenemos. Al mismo tiempo, tenemos esa capacidad de arreglarnos con poco, el famoso “lo atamos con alambre”. El arte, la educación y la salud en nuestro país dependen en gran parte de la vocación de quienes los ejercen, porque no se corresponde la calidad de esos ámbitos con las dificultades que atraviesan los artistas, los docentes o los médicos. A pesar de las dificultades, nuestra fuerza y vigor hacen que no haya nada que nos impida hacer teatro.

-El vínculo con el cine en tus obras vuelve con la adaptación de “Secreto en la montaña”, con fecha de estreno para 2026.

-Es un gran desafío, porque si bien trabajé con adaptaciones de películas, ninguna fue tan masiva. Druk y El jefe del jefe tuvieron su público de nicho; de hecho, El jefe del jefe ni siquiera se estrenó acá. En cambio, Secreto en la montaña es una película de la cual todos tenemos algo, aunque sea la imagen del afiche. No es una adaptación de la película. La película se basa en un cuento y la obra se escribió después y se estrenó en Londres. Sobre esa obra voy a trabajar. Lo que resalta es la historia de amor entre dos hombres que se aman. La dupla de actores es Benjamín Vicuña y Esteban Lamothe. Es una historia de amor que se produce en un momento en que ese amor es inaceptable. Porque el amor no respeta épocas ni lugares. El amor te sorprende de formas a veces peligrosas. Por eso, cuidado con desear enamorarse, porque Cupido tira las flechas dónde quiere y para dónde quiere.

-¿Se aprende a amar con el tiempo?

-Si uno tiene suerte de vivir unos cuantos años, va a tener uno, dos o tres grandes amores. Creo que hay dos edades del amor. Una tiene que ver con un momento fundacional de uno como sujeto, cuando te estás constituyendo y sos una arcilla blanda que se va modelando; el amor aparece en forma sorpresiva cuando uno no sabe aún quién es. Después está la etapa de la madurez, cuando uno ya sabe quién es o esa arcilla no está tan fresca.

Esos dos momentos pueden ser vividos con distintas personas o con la misma. Cuando mi mamá enviudó, a los setenta, me escribió mi hermana para avisar que estaba viendo mucho a un amigo de toda la vida. No lo podíamos creer. Estaba saliendo con un tipo. Después nos habló y nos preguntó si nos molestaba, porque si era así ella lo dejaba. Por supuesto que no nos molestaba, al contrario, fue maravilloso. Saber que a los setenta años uno se puede enamorar me pareció hermoso. Así que cualquier afirmación que haga ahora me puede dejar en ridículo más adelante.

-¿Y qué pasa con el amor al teatro?

-La relación con el teatro es como una relación de pareja. Es particular y uno va aprendiendo. Hay momentos buenos, momentos malos, pero es una relación siempre íntima. Muchas de las cosas que pueda decir sobre el teatro son válidas para mí porque tengo una relación muy particular con él. Es un amor que uno a veces trata de dejar o entra en una meseta, hasta que alguien te toca el hombre y te dice: “mirá esta obra”. Y ahí empieza otra vez.

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